miércoles, 1 de diciembre de 2010

El pájaro

Me voy- dijo. Y saltó por la ventana sin tener en cuenta la altura desde el alfeizar al suelo. Saltó, aun a sabiendas que las alas acumulaban polvo de años pasados.

Apenas recordaba los movimientos necesarios para no estamparse contra el suelo.

Pero una vez en el aire, respiró hondo y en susurros se dijo: me voy… vuelvo al bosque donde nací. Y ahora sólo le quedaba volar, mientras sus alas se enredaban entre el polvo seco del suelo y el bochorno de aquella la tarde.

Sus patas parecían quebrarse al contacto con la tierra… pero no era momento de lamentos. El tiempo perseguía la punta de sus plumas. La memoria se mostraba perezosa, lenta… ¿será que los pájaros se olvidan de volar? ¿Se olvidan que una vez fueron pájaros, o de que siguen siéndolo a pesar de las jaulas?

Jaulas, y nadie dijo que fueran tortura… más bien dulce sosiego de quien todo tiene y nada le falta. Más cuando uno conoció la felicidad de encontrar una miga de pan bajo la blanca nieve de enero, no le bastan semillas ni piensos. El escapar de un rapaz, batiendo corazón y alas al unísono… y salir ganador de la carrera, ¿acaso merecía la pena?

Un rostro asomó por la ventana, las manos en las mejillas, el gesto preocupado. El pánico le quemaba el pecho. Y el pájaro no dejaba de huir...

-¡Vuelve! Interpeló… y en su mejilla se poso una lágrima.

- Hay que disfrutar de cada oportunidad, sin miedo a las consecuencias pero con determinación, una vez fuera de la jaula, no me podrás atrapar...

- Pájaro loco, refunfuñó el rostro- Vuela, si es que puedes! Busca comida, si es que la encuentras! Llegara el día que quieras volver cansado del bosque de donde te rescaté!

Y el pájaro seguía volando.

Un erizo asomó su hocico entre el manto de nieve, las púas a la espalda, el gesto famélico.

El frío le congelaba las patas. Y aquel pájaro no dejaba de sonreír…

-¿Y tu qué? Interpeló… y en su nariz se posó un copo de nieve.

- Hay que disfrutar de cada momento sin prisa pero sin pausa, como si cada segundo fuera un copo de nieve… una vez en el suelo no puedes jugar a atraparlo…

- Pájaro loco, refunfuñó el erizo- ¡Nieve! ¡Todo blanco! ¡Nubes, todas grises! ¡Llegará el verano con su sol a este bosque helado!

Y el pájaro seguía sonriente.

Invierno, y para muchos era una tortura… una época que sólo servia para valorar más el verano donde todo se tiene y nada falta. . Cuando uno conoce el calor del sol, siempre quiere estar con él, no le agrada buscar comida entre la nieve, ni cobijo entre las raíces de los árboles. Sentir el frío en los huesos, añorando el calor de los días de verano… ¿acaso merecía la pena?

Y sus pulmones parecían quebrarse al contacto con el aire frío… pero la sensación le recordaba que estaba vivo. El tiempo pasaba deprisa, pero esta vez intentaba retenerlo con la punta del pico. Los copos de nieve caían lentos, perezosos… ¿será que están bailando? ¿Será que no quieren dejar las nubes de donde nacieron? ¿Serán trocitos de nube hechos cristal?

-¡Bonito día soleado! dijo. Y saltó al vacío, sin tener en cuenta la distancia entre la rama de aquel árbol y el suelo helado.

Saltó, aun a sabiendas que el erizo le miraría con el ceño fundido.

Apenas lograba esquivar los frágiles copos de nieve para no frenarles en su danza invernal.

Pero una vez en el suelo sonrió de nuevo y en susurros dijo al erizo: bonito día soleado… por encima de las nubes. Y ahora sólo le quedaba volar, mientras sus alas acariciaban los copos de nieve que bailaban en aquella tarde.